Leí El problema final no hace mucho y me hizo volver a mi infancia. A esas novelas de Sherlock Holmes o Hércules Poirot que devoraba con ansias, buscando desentrañar misterios junto a esos detectives tan humanos en su genialidad como en sus defectos. A pesar de sus limitaciones estilísticas o su tendencia a recrearse en ciertos arquetipos, logra capturar la esencia de ese enigma que nos mantiene al borde de la página, combinando con maestría la nostalgia y la intriga, y dejando entrever que el verdadero misterio no siempre está en los crímenes o los culpables, sino en la naturaleza humana misma. Eso es lo que me gusta de él, que refleja la ambigüedad del mundo, que no es ni blanco ni negro, sino un escalado de grises.
Leí El problema final no hace mucho y me hizo volver a mi infancia. A esas novelas de Sherlock Holmes o Hércules Poirot que devoraba con ansias, buscando desentrañar misterios junto a esos detectives tan humanos en su genialidad como en sus defectos. A pesar de sus limitaciones estilísticas o su tendencia a recrearse en ciertos arquetipos, logra capturar la esencia de ese enigma que nos mantiene al borde de la página, combinando con maestría la nostalgia y la intriga, y dejando entrever que el verdadero misterio no siempre está en los crímenes o los culpables, sino en la naturaleza humana misma. Eso es lo que me gusta de él, que refleja la ambigüedad del mundo, que no es ni blanco ni negro, sino un escalado de grises.
¡Leeré esta novela gracias a tu artículo!
Gracias por tu comentario, Javier.