Una ciudad de madera, dirá Kapušcińsky
Los tacos por delante #43. Martes, 10 de diciembre de 2024.
Una perspectiva es necesariamente un prejuicio. Adoptamos, a pesar de lo que promulgamos, una mirada siempre sucia cuando abordamos algo, sea un libro o una conferencia o un curso o la compra de un coche. Aceptamos indirectamente una idea futura que contornea el presente: este libro me entretendrá, esta conferencia me aportará lucidez, este curso me labrará un mejor currículo, este coche me hará más atractivo para las mujeres de mi edad.
Nos engañamos continuamente. Así que cuando uno llega, por ejemplo, a Un día más con vida lo hace con una idea en la cabeza, muy en el fondo, muy atrás, casi en la nuca, escondida como un secreto en una novela de Javier Marías. Uno llega atesorando el prejuicio: tengo en mis manos una revelación sobre el periodismo y el arte de narrar y contar, una de esas crónicas que cimentaron la profesión con los años, una reconciliación con las aspiraciones de juventud que tanto entonces como ahora no fueron ni son más que nostalgia.
Al contrario de lo que uno quería encontrar en este libro de Kapušcińsky, Un día más con vida retrata con mayor o menor fidelidad una historia personal del escritor y periodista polaco, cómo sobrevivió a sus días en Angola previos a la proclamación de su independencia en 1975, durante los primeros pasos de una guerra civil que duró de décadas. Un día más con vida no es una crónica del conflicto ni una compilación de artículos publicados en prensa, sino más bien un diario de viajes o un libro de aventuras en lugares remotos como los que antaño poblaban las librerías, cuando aún quedaban en este mundo sitios oscuros por descubrir y ser narrados desde una mirada o un prejuicio.
En Un día más con vida encontramos calor y vacío. Angola es un país abierto en canal como un cadáver en la mesa de autopsias en el que, alrededor, se contornean forenses de distintos orígenes en busca de un órgano fresco que llevarse a la boca. Me río ante mi propia comparación, absurda si te paras a pensarlo, y que contrasta de manera perfecta con lo que Ryszard Kapušcińsky demuestra en su libro: una capacidad innata, quirúrgica —y en este caso está bien usado el término— para crear imágenes con pocas, secas y ásperas palabras.
Por ejemplo: en un momento dado, Luanda se vacía. Sus habitantes huyen ante la perspectiva que viene, poco halagüeña en pleno proceso de independencia y guerra civil. Quedarse y morir, o marcharse y, quizá, morir más tarde. Esa idea les lleva a desmontar sus hogares y a preparar mudanzas. La industria maderera angoleña de principios de los años setenta se dedica a fabricar cajas y los habitantes, a comprarlas. Luego, ya con sus enseres y muebles dentro, las sitúan en la calle, salvaguardando puertas y fachadas, listas para recoger y meter en barcos de transporte, camino de Portugal u otro sitio seguro. Una ciudad de madera, dirá Kapušcińsky, y lo hará mejor que yo aquí.
En 2018, este relato autobiográfico fue llevado a la pantalla. Damian Nenow y Raúl de la Fuente (Los Williams) dirigieron una película de animación que se llevó un Goya. Está en Filmin, como casi todo lo bueno últimamente. Fue así como despertó mi curiosidad otra vez y como se implantó la idea de leer Un día más con vida. Por su culpa creí que tendría delante un libro de corresponsalías y de reconciliación con el periodismo antiguo y valioso. Hicieron demasiado bien su trabajo, probablemente, o yo quise presuponer, qué más da ahora.
Lee Un día más con vida (Anagrama) sin perspectiva, que es necesariamente un prejuicio, limpia tu mirada y acércate a estas páginas con la idea sencilla de disfrutar de la lectura. Se te dará mejor que a mí.
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