‘Da la mano como un hombre’ era una orden asquerosa. Te obligaba a poner buena cara mientras volvías a tender el brazo, ahora con la mano tensa para forzar otro apretón, ahora con una sacudida más violenta que recorría desde tu muñeca al hombro e incluso provocaba una pequeña convulsión en la cadera tras un espasmo en la columna. A quienes no nos gustaba tocar la palma de la mano de otra persona, siempre demasiado grande, áspera o húmeda, nos era desagradable.
Dar la mano como un hombre era, cuando niño, un distintivo de masculinidad, parecido a transitar el camino correcto hacia la sociedad adulta a pesar de que todavía te peinase tu madre y fingieras afeitarte los sábados por la mañana, excusa para hacer el guarro y jugar con la espuma. Dar la mano como un hombre era una orden masculina, habitualmente, y casi servía para darte la bienvenida al rebaño, acceso al selecto grupo de tíos que piensa como los tíos, actúa como los tíos, habla como los tíos y se saluda como los tíos: apretando fuerte la mano, sacudiendo con ganas el brazo, haciéndose notar.
Cada cultura tiene sus códigos y los hombres tenemos los nuestros. Yo, como tal, he participado, participo y participaré en muchos de ellos. También dando la mano con firmeza, pues aunque pueda desagradar en ciertas ocasiones, sigue siendo una muestra de cortesía y de respeto hacia la otra persona, un gesto de saber estar incluso, de galante coquetería social.
Uno diría que con los nuevos tiempos, cierta apertura de miras, evolución de costumbres o modernización de dichos códigos han hecho que dar la mano ya no sea tan importante. Hay padres, incluso, que promulgan el dejar al libre albedrío si sus hijos pequeños saludan o no a los adultos, y cómo lo hacen. “No toques -beses- si no quieren ser tocados -besados-”, es su lema. Y me parece estupendo que puedan hacerlo, como bien me parece quienes lo hacen al revés.
El COVID-19 aceleró esta idea: tocar a otra persona podía significar un contagio (fuera posible o no) y dio pie a quienes no gustan de tocar o ser tocados por otros de buenas a primeras, a mantenerse erguidos frente al semejante sin tender la mano, saludando únicamente con una cálida sonrisa, un gesto de la cabeza o incluso una leve reverencia con la que se buscaba romper el hielo que conlleva desterrar el apretón de manos o los dos besos españoles.
Parecía, en fin, que los gestos tradicionales del saludo patrio ya no eran tan importantes. Nos equivocábamos.
Pese a todo lo anterior, ganamos la Eurocopa 2024 y Dani Carvajal ofreció la mano débil y frugal a Pedro Sánchez, presidente del Gobierno, fría, seguida de una mirada distraída y un paso ligero, cuando la selección acudió al Palacio de la Moncloa para cumplir con los homenajes burocráticos, soporíferos y plúmbeos que tocan después de ganar.
A partir de ahí, controversia. Ya pensábamos lo contrario pero dar la mano como un hombre seguía siendo importante a ambos lados del panorama electoral.
La izquierda patria saltó en armas contra el capitán de la selección española por no rendir simpatías al presidente del Gobierno; la derecha hizo lo contrario y aplaudió el gesto, valiente según ella, de no mostrar afecto alguno al rival político.
La izquierda señala a Carvajal como votante de derecha, o como votante de ultraderecha, cuando no como partidario de una dictadura militar fascista represora de las nuevas libertades y de cualquier colectivo ajeno al hombre hetero, blanco y con varios apellidos españoles en el zurrón. Locura. Le acusa con el dedo porque necesita un enemigo constante contra el que azuzar a sus acólitos, incapaces de aceptar que hay quienes, en su pleno derecho y libertad democrática, no sólo pueden mostrar su disconformidad en público incluso en la propia cara de Pedro Sánchez, sino que además pueden mostrarse abatidos y aburridos en un acto oficial del Gobierno.
Por su parte, la derecha, fanfarrona y rancia, no ha desaprovechado la ocasión para hacer ruido y jalear a los suyos, desde el tranquilo votante de centro-derecha al anarco-liberal antiimpuestos que promulga en Twitter y Telegram teorías sobre el terraplanismo. Carvajal es un héroe no por lo conseguido con la camiseta de España, y que nos salpica a todos, a derecha y a izquierda, sino por afear la presencia de Pedro Sánchez en las celebraciones y por no entender que la educación y el respeto al que piensa diferente son valores democráticos a los que no debemos renunciar.
En lo personal, creo que Dani Carvajal se equivocó. El primer pilar que sostiene un estado libre es el respeto por el que piensa distinto, por lo que mantener una actitud correcta ante el presidente del Gobierno, con un saludo estándar y cortés, habría sido lo deseable. No obstante, defiendo el derecho del capitán de la selección y del Madrid a no hacerlo, a mostrarse maleducado si es así como cree que debe reivindicar su desacuerdo. Defiendo que en democracia se pueda debatir y disentir de forma no violenta, y celebro que incluso pueda hacerse delante del presidente del Gobierno, sin que eso suponga un castigo o un problema directo.
Fue un gesto maleducado, sí, pero fue un gesto libre.
El problema es que en ese momento Dani Carvajal no se estaba representando a él mismo, sino a una Federación / institución, y a una afición. Creo que fue bastante egoísta mostrando su opinión sin tener respeto por la institución y la afición a la que representa. Que más allá de una opinión a favor o en contra de un individuo, se presupone respetuosa. Libre, pero egoísta y maleducado.