Espero sinceramente que Nada es verdad sea una novela. Me gustaría mucho, me haría sentir más tranquilo, aliviado, si nada fuera verdad en Nada es verdad. O si lo fuera muy poco, muy poquito. Nada demasiado comprometedor para una familia a la que Veronica Raimo apuñala, destroza, desnuda y desmigaja sin el menor atisbo de piedad en un puñado de folios.
Nada es verdad es un misterio porque ¿de verdad nada es verdad en Nada es verdad? ¿O hay un poquito de verdad? ¿o un mucho? ¿o un casi todo? —concedamos que no todo puede ser verdad cuando alguien se pone a escribir sobre sus recuerdos—. Si casi todo fuera verdad en Nada es verdad, este libro de Veronica Raimo serían unas memorias crueles con su padre, con su hermano y sobre todo con su neurótica y plomiza pobre madre.
Por eso, quizá, no pude dejar de leer.
Dicen que cuando en una familia nace un escritor, esa familia está acabada. En realidad la familia saldrá adelante sin mayor problema, como siempre ha ocurrido desde la noche de los tiempos, mientras que quien acabará mal parado será el escritor en su desesperado intento de matar a madres, padres y hermanos, solo para volvérselos a encontrar inexorablemente vivos.
Nada es verdad. Veronica Raimo.
Asistí perplejo a la lectura de Nada es verdad. De forma extraña me sentí ligado a sus páginas durante los tres o cuatro días que me duró en la mesita de noche. Sorprendente para una historia que no se ordena bajo los clichés narrativos que suelen servir para -valga el tópico- agarrar al lector de las solapas de la chaqueta.
Quizá el motivo sea que uno quiere que todo sea verdad en Nada es verdad. Aunque todos renegamos del cotilla que pone la oreja o que mira por la cerradura para enterarse qué le ocurre al vecino, debemos reconocer que todos somos a veces el que pone la oreja cuando el vecino discute con su nueva pareja, o que mira por la rendija entre la puerta abierta y el marco cuando el vecino del rellano se la deja entornada, quizá sólo con el ánimo de descubrir el misterio más allá del pedazo de madera que nos separa.
La curiosidad, en fin, la que mató al gato y la que Veronica Raimo excita con una novela que se lee como unas memorias, o con unas memorias que se leen como una novela. Ahí reside el misterio de este libro en el que la autora italiana, con esta primera obra traducida al castellano, se adentra en la vida y en los recuerdos de una mujer descrita con enorme sensibilidad y profundidad, a la que viste y desviste con tal naturalidad que, aunque el lector intuya que se encuentra ante una novela, nunca termina de convencerse, para volver a preguntarse una y otra vez: ¿de verdad nada es verdad en Nada es verdad?
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Una newsletter: gárgola digital, de Ainhoa Marzol
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Ainhoa Marzol escribe como si bailara. Cada frase es un paso distinto, más corto, más largo, perfecto, imperfecto, a veces errado. Da igual, continúa, adelante sin pestañear, bailando sobre el fondo blanco de Substack mientras abusa de las minúsculas sin piedad alguna, desbarrando en curvas con tildes invisibles.
Me atrapó su texto sobre su amiga Sara que luego fue un texto sobre cuentas de TikTok, sobre tejer, sobre Fórmula 1, sobre libros. Los temas se enumeran pero a veces se solapan como si Ainhoa te lo estuviera contando en una cafetería, de viva voz, de su boca a tu oreja, danzando sobre asuntos demasiado importantes como para monopolizar la conversación.
A veces incluso uno puede imaginársela hablándote, una voz que ya no es texto y cuyo estilo baila sobre el contenido.
Un pódcast: Dune, una lección de geopolítica
La gente de No es el fin del mundo (El Orden Mundial) se marcó hace unas semanas este pódcast interesantísimo sobre la geopolítica del mundo narrativo que envuelve la obra Dune, de Frank Herbert.
Ahora que la parte II está recién estrenada en cines y plataformas (dirigida, como la I, por Denis Villeneuve) es un gran momento para comenzar a leer las novelas.
Y si ya las has leído y te apetece profundizar, este pódcast es una golosina.