Con los tacos por delante #1: Perder lo espontáneo
Seis días de viaje repartidos entre Logroño, San Sebastián, Bilbao y Santander me han servido para descubrir un nuevo tipo de vacaciones que desconocía y que, intuyo, es de reciente creación: el turismo de reserva.
Si bien hace unos años las vacaciones eran el momento de esconder la agenda y de gozar de la improvisación, ahora hacer turismo incluye una buena parte de planificación para comer, beber y cenar. Ir contra esta corriente, o lo que es lo mismo, tratar de improvisar, supone dar vueltas y más vueltas en busca de un lugar donde caerse muerto.
Me pasó en Logroño, en San Sebastián, en Bilbao y en Santander.
Supongo que buena parte de culpa de esta nueva forma de visitar lugares desconocidos atiende a la idea de productividad que nos esclaviza desde hace tiempo. Pensamos, erróneamente, que las vacaciones también han de planificarse, de forma que podamos extraer hasta la última gota del zumo estival probando el restaurante de moda, visitando el pueblecito ideal o posando en una playa paradisiaca.
Todo, eso sí, bien planificado y reservado con antelación.
Mientras que hace unos años deseábamos que las vacaciones llegaran para abandonar la ciudad y las responsabilidades, ceder ante el sueño y el descanso, pasar días enteros entre la cama, el sofá y la toalla; ahora no concebimos los días libres sin un plan que seguir, como si hacer turismo fuera una lista de tareas que tachar y no un lienzo en blanco sobre el que dejarse llevar.
Por eso cuando viajo o comparto tiempo con mi pareja y/o amigos, me rebelo ante la idea de reservar para cualquier comida o cena. Me gustaría explicarles, y a veces trato de hacerlo, la satisfacción de lanzarse a la aventura y de descubrir un sitio maravilloso por uno mismo, convertir un bar cualquiera en un sitio de recuerdo común, una cala secreta cerca de una playa concurrida, un lugar propio al que volver ante la mera evocación de un sabor compartido.
Sin embargo, no suele darme tiempo a articular la primera idea romántica con la que convencer a nadie, pues antes de eso alguien ha encontrado un restaurante de moda, una tasca con más de 4,5 estrellas en Google Sites, o un bar con un neón en la puerta en el que hacerse fotos, y ya ha reservado online, obligándome a la rendición sin condiciones ante el turismo de reserva: mi nuevo enemigo mortal.