Yo creo que todo comienza cuando una de las protagonistas de estos relatos entra en la habitación del inmigrante con el que engaña a su marido y piensa que está todo hecho un desastre y que el desorden ha sido fabricado con el mismo martillo y con el mismo clavo con el que sus propios hijos llenan de enredos sus respectivos cuartos. Piensa la protagonista que no se van a ordenar solas las cosas y se ríe, se descojona por dentro, porque intuye el vínculo entre la cuarentona enamorada, la mujer adúltera y la madre eterna, antes de volver a entregarse al cuerpo débil y musculoso, simple fuente de complejidades, de su amante llegado en patera.
Quieres saber por qué te recomiendo este libro y, la verdad, lo hago después de escuchar a su autora Nuria Labari en el pódcast Libros de arena de Radio Nacional de España (mano al pecho). Me encanta escuchar a los escritores hablar de sus libros porque es en esas charlas donde encuentro las referencias y las influencias, que son a su vez los caminos por los que transitar en busca de otras lecturas.
Aquí, en la casa de todos que es Radio Nacional de España, Nuria Labari explica cómo entrelaza el cuerpo, la voz, el lenguaje y los privilegios de clase en los relatos que forman el compendio No se van a ordenar solas las cosas, publicado por Páginas de Espuma en una edición realmente cómoda de leer, que pesa más en el corazón que en las manos.
Sigues queriendo saber por qué te lo recomiendo y no te he dicho nada en claro. Bueno, creo que lo primero es poder reflexionar sobre el papel que el cuerpo ejerce en nuestra cotidianeidad. Deja a un lado lo obvio, ya sabemos que el cuerpo es el artífice de prácticamente todo lo que ocurre de puertas para fuera y casi para dentro. Lo que quiero decir es que Labari teje sus historias en torno a cómo el cuerpo condiciona nuestra existencia y lo vital que es a veces ser capaces de disociarnos de él para comprobar su influencia en nuestros actos. A veces, lo que consideramos normal no es sólo erróneo, también es consecuencia de un previo y propio acto torcido.
Así lo cuenta en la historia de un adolescente que sufre porque come, pero sufre también porque no come, sufre porque no entrena de forma perfecta, sufre porque está cansado, sufre porque es intolerante al huevo, sufre porque el cuerpo le envía mensajes que su mente no es capaz de procesar de forma adecuada. Y ese sufrimiento se traslada a sus padres, a su familia, a sus amigos, a su entorno, redundando a su vez en más sufrimiento y dolor. Lo cuenta también Labari en otro relato, el que he mencionado al principio, en el que es el cuerpo el que habla dejándose seducir por lo prohibido o lo nuevo o lo exótico, arrastrándose a lo natural y al amor y al sexo mientras abronca a sus propios prejuicios, a su vida real de mentira cada vez que entra en el piso compartido de su migrante enamorado.
Hay más temas de los que quiero hablarte. Creo que también podrás reflexionar sobre el clasismo y sobre la explotación derivada de ciertos privilegios de clase. Hay otro cuento en el que una madre española siente envidia de la relación delicada y amorosa que su progenie tiene con la asistenta del hogar, sudamericana y pobre, cuyos verdaderos hijos andan lejos. Hay una escena depredadora en la que se recuerda el aborto que sufrió mientras trabajaba en otra casa. Tras el incidente, tuvo que seguir limpiando. No hay intimidad en su dolor, no podemos concedérsela. La pregunta ¿qué haces tú con tu privilegio? quizá resuene en tu cabeza durante unos días después de que cierres el libro.
También destacan las voces, el lenguaje. Los personajes suenan diferentes entre sí a pesar de que rodean un mismo eje, por lo que es justo destacar tanto la dificultad del hecho como la capacidad de resolución que demuestra la autora. Tanto la mujer que se enamora de un inmigrante como el chico con disforia, la mujer que envidia a su asistenta o el hombre homosexual sobrepasado al que se le escapa la juventud entre las prendas empapadas paridas por su lavadora rota; tienen una forma diferente de expresarse ante el miedo, el cuerpo, los prejuicios, la tristeza.
A mí, No se van a ordenar solas las cosas me funcionó como un mantra. Cada relato me retorció un poco el estómago y me puso a meditar sobre el cuerpo, los miedos, el lenguaje que usamos con nosotros mismos, los privilegios de clase, la desigualdad que no percibimos. ¿Cómo nos moldea todo eso, en qué nos afecta después, cuando vamos a clase, a trabajar, cuando nos relacionamos con otros, cuando ponemos una lavadora y esta se rompe? Me jode decir esto porque quiero huir de la grandilocuencia, pero este es uno de esos libros que te abren un camino.
En la diversidad de experiencias y en la capacidad de cuestionar lo establecido radica, pues, este compendio de relatos que me envió muy amablemente Páginas de Espuma y que hoy te recomiendo de manera encarecida porque, en última instancia, es en libros como este donde uno encuentra ciertos mecanismos para enfrentarse a la vida con un poco más de tolerancia, tanto a los otros como a uno mismo.