Así que como no teníamos otra cosa que hacer en ese puente de diciembre que para los murcianos fue un acueducto, y esperando a que Los años nuevos estrenase los capítulos que le faltan, nos pusimos a ver Celeste. Sin grandes expectativas, diré, que es lo mismo que mirar sin prejuicios. Nada se pierde si nada se espera.
Celeste es una cantante que defrauda a Hacienda. No porque sea una tipa malvada, ella, inspirada seguramente en Shakira, sino porque a su alrededor pululan dos entes: el dinero y el entorno. Si una persona que consigue beneficios millonarios de su trabajo se rodea de asesores que la ayudan a gestionarlos, esto es, a estirarlos lo máximo posible, acaba por convertirse en una delincuente financiera incluso portando un corazón bondadoso o teniéndose a sí misma por honesta. O también puede ser tan estúpida como para no saber qué es y cómo se paga el IRPF.
Frente a Celeste está Sara, una inspectora de Hacienda al borde del precipicio de la jubilación. Inmersa en una soledad pegajosa que casi puede masticarse, recluida en una casa que es todo luz y silencio, y que evoca el pasado feliz de un matrimonio separado a la fuerza, esta funcionaria interpretada por Carmen Machi se ve en la tesitura de afrontar un futuro de más soledad y de más silencio una vez que cierre la puerta de su despacho por última vez.
Algún genio del marketing ha definido Celeste como un thriller tributario e incluso su creador, Diego San José, la define como Zodiac pero con el IRPF. Es difícil abstraerse del envoltorio que supone la profesión de la protagonista: no todos los días uno empatiza con una inspectora de Hacienda. Alguien ha dicho durante la promo de esta serie que hay quien prefiere que le detecten una enfermedad que recibir la visita de uno de estos ‘vampiros’ tributarios. Quizá tras ver Celeste cambien de opinión. La serie es, no obstante, un muestrario de vidas normales, de mirar lo original en lo pequeño, de personas sufriendo porque tienen más preguntas que respuestas, sobre todo una clavada en medio de los ojos que todos sentimos pero que no podemos ver: ¿y después, qué?
Carmen Machi está colosal una vez más. Si todos merecemos sentirnos reflejados en la ficción, las personas normales también: las que no tenemos poderes ni hacemos gala de una enorme valentía ni arriesgamos la vida para cambiar el mundo. Esta mujer normal que viste normal, que se acuesta triste todos los días, que canta en el coche y que trata de hacer su trabajo de la forma más digna posible, es la representación de lo pequeño. Eh, ella es como nosotros, pensamos al ver Celeste. Y joder, sabíamos que Carmen Machi era capaz de casi todo, pero no que nos hiciera comprender la importancia de pagar impuestos y de, sobre todo, perseguir a quien no lo hace. Hay una escena tremenda: un primer plano de su cara, mirada rabiosa en la que se intuye la de tantos compatriotas honestos, diciéndole a otro personaje que la cantante latinoamericana, su némesis, NOS debe a todos los españoles varios millones de euros y que fue la sanidad pública y no las donaciones interesadas de Celeste lo que le salvó la vida. Impresionante, si me preguntas.
Uno podría pensar en que esta serie sea una argucia para lavarle la cara a la institución más odiada del país, pero está tan bien hecha y tan bien acabada que, qué demonios, casi me dan ganas de subirme el IRPF. Que hacen falta más hospitales y colegios.
¿Hacienda somos todos? Machi somos todos.