Lo que preocupa a un padre y a un hijo italianos
Los tacos por delante #31. Martes 4 de junio de 2024.
Una vieja idea recorre las tabernas entre panzas, bigotes y efluvios con aroma a cerveza y a bilis. Se trata de un enunciado repetido en alto muchas veces que ha acabado por convertirse en una de esas medias verdades aceptadas por todos, y cuando digo todos, me refiero de verdad a todos, pues cuando uno habla del Madrid, es el planeta entero el que reacciona.
La idea antigua y ya manoseada es que el Madrid gana porque en algún momento de su historia hizo un pacto con el demonio: la suerte le cae del cielo (o le sube del infierno) como si detrás del escudo hubiera un potente y gigante imán al que se hubieran pegado por arte de magia quince Copas de Europa, treinta y seis ligas, veinte Copas del Rey.
La suerte, los árbitros, lo que sea. El enemigo busca hacerle de menos con argumentos rebatibles, tan burdos que da pereza ya responder, siquiera arquear la ceja. Pero escama que haya otra idea colectiva trufada de memes y columnas que tratan de ser amables y que sin embargo dañan: el Madrid no gana imbuido por el poder de la amistad, no gana porque el escudo del Madrid pese más que el resto, no gana porque sea hijo de dioses antiguos, no gana porque la camiseta del Madrid otorgue el superpoder de la supercompetitividad, no gana porque le posea el espíritu de un viejo conquistador, no gana porque el Madrid sea el Madrid.
La literatura deportiva no es más que literatura. Teniendo en cuenta, además, que quizá no exista cosa distinta a la ficción y que la verdad sólo pueda evaluarse en porcentajes, siempre lejanos al 100%, cualquier escrito sobre el Real Madrid es pura golosina ficticia categorizable en el mismo sitio que Juego de Tronos, El Padrino, Cien años de soledad, Succession.
Si tú también le das vueltas a la idea de que el Madrid gana por que es el Madrid y punto, como un anciano chupando un caramelo durante demasiado tiempo, sácala de tu cabeza. No es el día de analizar una por una todas y cada una de las victorias, pero sí de la más reciente de todas ellas, la que ha metido la decimoquinta Copa de Europa en las vitrinas del Santiago Bernabéu.
No, el Madrid no ganó al Borussia porque el escudo del Madrid da más vigor que el del Borussia. Entre otras causas, los de blanco acabaron ganando porque los de amarillo cuando tuvieron que encomendarse al talento, rezaron con fervor a Adeyemi, que es muy bueno pero no es Vinicius Jr., potencial -si no ya definitivo- Balón de Oro, altar sobre el que su equipo depositó la espada con la que matar al dragón. De puro obvio resulta cateto decirlo: el Madrid tiene en sus filas a varios de los mejores jugadores del mundo en su posición, los alemanes no.
Así, cuando el Borussia Dortmund tuvo ocasión de ponerse por delante, siempre hubo un escollo insalvable para el talento de los Adeyemi, Sabitzer, Brand y Fülkrug: a veces Courtois, a veces Carvajal, a veces el poste. Sin embargo, cuando fue el Madrid quien pudo anotar, no tardó mucho: los obstáculos alemanes no eran tan fuertes, ni tan altos, ni tan rápidos.
A la causa obvia —el Madrid atesora un talento mayor— hay que sumar otros artificios del clan Ancelotti. Y ya que hablamos de la calidad frente a la portería contraria, es justo poner en valor el trabajo de estrategia del cuerpo técnico, entiendo que con Davide en vanguardia, que supuso el 1-0. He leído por ahí que a qué clase de loco se le ocurre poner a un tío de 175cm a rematar un córner frente a un equipo alemán, como si enlazar dos tópicos sirviera para fabricar una idea con atisbo de verdad: que el Madrid anda en estado de gracia o que, como dice Juanma Rodríguez, Dios es madridista.
No, ni lo uno ni lo otro. Quien haya seguido al Madrid este año puede atestiguar que la participación ofensiva en estrategia de Carvajal ha sido alta por diversos motivos, siendo uno de ellos que el lateral ve puerta con facilidad. El canterano, que es un tipo muy completo sobre el campo, suele no recibir la máxima atención del rival, ya que ¿qué clase de loco usa a su mejor marcador con un atacante de 175cm que se pone en el primer palo, seguramente para participar en algún bloqueo?
Ahí reside otra de las causas: el banquillo del Madrid tiene ocupantes que saben muy bien lo que tienen entre manos. Pongamos en valor que después de una primera parte en la que el Borussia Dortmund ahogó la circulación del Madrid y casi terminó por asfixiarlo con transiciones rápidas hacia Adeyemi, los Ancelotti supieron reaccionar pasando a un 4-3-3, metiendo a Kroos entre los centrales en la primera salida de balón y dando más campo al rival, creando una suerte de truco final en forma de tela de araña en la que los alemanes cayeron como una mosca indefensa: pensaron que controlaban al Madrid y eso fue lo peor que pudieron hacer. Avanzaron, ganaron terreno y sin darse cuenta había más espacio entre las líneas. Adeyemi ya no les funcionaba, probaron con Reus. Mientras Ancelotti daba en la tecla, el Borussia descompensaba su ataque.
Llegó entonces el gol de Carvajal a balón parado pero en la segunda parte el Madrid ya había llegado más que el rival, a pesar de que los primeros quince minutos del segundo periodo encendieron muchas alarmas. Fuimos, como el Borussia Dortmund, engañados por un padre y un hijo italianos. El gol fue de córner, otro acierto, otra tecla bien pulsada, pero habría sido de otra manera si el canterano madridista no remata el centro perfecto de Kroos. El partido ya había cambiado antes. Y luego Vini cerró la final con su broche: donde ni Adeyemi ni Fülkrug ni Brand pudieron, el brasileño sí pudo.
El Madrid ganó sencillamente porque es mejor que el Borussia Dortmund, como todos intuíamos en los días previos aunque los alemanes nos parecieran entonces auténticos bárbaros invencibles. Lo demostró Carvajal, lo demostró Vinicius, lo demostró Kroos, lo demostró Rüdiger, y sobre todo lo demostraron los Ancelotti, a quienes las viejas ideas parecen no importarles, reivindicando poco su papel y contribuyendo por ello y a veces a la aparición de clichés sobre un Madrid capaz de entrar en trance y de ser invencible e inevitable. Andan los italianos, padre e hijo, demasiado preocupados en hacer ganar al Madrid y no tanto en darse golpes en el pecho. Que sigan.