Esencial, necesario y singular
Y sin embargo, cuando la luz del sol atraviesa las nubes y el primer trino de los pájaros suena en una mañana soleada en un final de invierno, la música suena en la banda izquierda del Madrid.
Confieso que soy de los que dudaron de Vinicius y de los que aún albergaban en su interior la pregunta de si estamos ante un nuevo caso Robinho. El peso de aquella historia quizá sea demasiado grande: quienes le vimos brillar ante el Cádiz en su debut nos convencimos en diez minutos de que estábamos ante la encarnación de Pelé, Maradona y Cruyff. Por eso la decepción posterior fue tan enorme.
Puede que ahí resida la desconfianza hacia Vinicius o quizá no, pero al actual jugador del Real Madrid le pesa la sombra de quien no fue y de quien puede que no llegue a ser. Y todo a pesar de que cerró un buen número de bocas marcando en la final de la Champions League que introdujo en la vitrina la decimocuarta, siendo además un arma vital en las eliminatorias anteriores. El brasileño alcanzó un nivel nunca antes visto en su carrera e incluso hubo que situarle sin pudor alguno entre los cinco o seis mejores extremos del mundo en ese momento.
Ahora que Vinicius no está resultando decisivo para un Real Madrid al que la cuesta de enero le está resultando más empinada de lo normal, vuelven ciertas voces a resonar como trompetas. Las dudas ante el rendimiento del brasileño son reales y me atrevo a decir que certeras: como la mayoría de sus compañeros, no está teniendo el acierto al que nos ha acostumbrado en los últimos tiempos. Y sin embargo, cuando la luz del sol atraviesa las nubes y el primer trino de los pájaros suena en una mañana soleada en un final de invierno, o lo que es lo mismo, cuando Vinicius conecta los dos cables pelados del helado motor que trata de arrancar, todo se vuelve música en la banda izquierda del Madrid.
Pasó en la Copa del Rey ante el Villarreal. Los de Setién ganaban 2-0 con excesiva solvencia, sabedores de que sus trucos y tretas funcionaban: la presión alta ahogaba al Madrid y su capacidad de saltar rápido las líneas rivales amordazaba a los centrales blancos, que veían a Gerard Moreno y compañía atacar en oleadas, la pesadilla de cualquiera que forme parte de la retaguardia de su equipo. Pero Ancelotti tuvo un golpe de suerte y al inicio de la segunda parte se desmoronó parte del entramado defensivo de los locales: Albiol y Foyth se retiraron del campo por molestias. Y de repente se abrió el cielo, cantaron los pájaros, sonó la música. Apareció Vinicius.
El brasileño se liberó de la marca pétrea de Foyth y olió la sangre que manaba de un minúsculo punto de la piel de su nueva pareja de baile, un Mandi que no sabía la que le venía encima. Vinicius arrancó el motor, que hasta entonces no daba señales de vida, y secundado por Ceballos, insufló oxígeno al ataque blanco. No lo sabían en Villarreal aún, pero estaban a punto de ver una nueva obra divina, un vestigio de historia y una muestra de la furia de un dios viejo y cansado al que habían demostrado demasiada compasión durante la primera parte. El Madrid remontó y pasó de ronda. Vinicius marcó el primero, abrió el camino a Ceballos en el segundo y elevó la jugada del tercer tanto al nivel máximo de peligro con una conducción hacia el área entre enemigos que le lanzaban machetazos y un pase filtrado a Asensio, que asistió a Ceballos para el 2-3.
Bastaron cuarenta minutos de relajación local o de furia visitante, no lo sabremos nunca a ciencia cierta, pero la eliminatoria sí nos susurró al oído una frase: Vinicius es vital para el Madrid. Su desempeño en el ataque limpia telarañas y libera compañeros, por lo que si no está, si no le dejan estar, si nadie ofrece soluciones para que el brasileño brille, el Madrid se atasca, se ahoga, se muere.
Confieso que soy de los que dudaron de Vinicius y de los que ya no albergan ninguna pregunta en su interior. No intuyo sombras que le persigan y agradezco las dudas que tuve, pues, como dice el proverbio, fueron el primer paso hacia una verdad: Vinicius es esencial, necesario y singular.