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Con los tacos por delante #12: Sobre Alonso, Aramburu, Sistiaga y Arde Bogotá
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Vamos a volver a las 13:55h
Vamos a despertar para ver otro domingo caluroso de verano, vamos a desayunar leche con galletas o magdalenas o cereales o a lo mejor churros, vamos a leer los periódicos, sobre todo los titulares del AS y del Marca, vamos a mirar un rato la tele, vamos a ir a la piscina, vamos a nadar, a jugar, a disfrutar de ser casi niños, a mojar a los mayores, a reírnos, a ser regañados.
Vamos a sentir que hay cosas importantes que impiden la diversión infinita, vamos a aprender que hay cotas, que hay horarios, que hay que tomar decisiones, que hay que escribir puntos y finales. Vamos a secarnos y vamos a volver a casa para ver la salida de Fernando Alonso, vamos a contener la respiración durante los segundos que tarda el piloto de azul en llegar a la primera curva, en pasar la primera curva, en salir de la primera curva, ojalá intacto, ojalá con el coche entero y completo, ojalá en condiciones de subirse al podio dentro de una hora. Vamos a comer mirando la tele y vamos a pedir silencio en la mesa para oír bien a Lobato, Serrano, De la Rosa y los ruidos de la Fórmula 1, vamos a comer quizá paella o quizá sardinas o a lo mejor pizza. Vamos a ver ganar a Fernando y vamos a soñar con pilotar uno de esos coches, vamos a emocionarnos un poco con un deporte que nos era ajeno y vamos a enamorarnos entre las 13:55h y las 15:30h de otro domingo caluroso de verano que recordaremos siempre.
Más o menos así era un domingo cualquiera de un agosto cualquiera de hace quince o veinte años en casa con mis primos. Y más o menos así volvió a ser un domingo esta semana, pero ahora en marzo y sin piscina ni calor ni juventud, pero con Alonso vestido de verde, pero con sus cuarenta y dos años en el lomo y treinta y cuatro en el mío, pero por fin estrenando temporada en el podio. Otra vez. Como antes. Como cuando fuimos niños.
Hay vínculos de la infancia que no se pueden romper. Quizá desgastarse, soltar alguna fibra, amenazar con disolverse, pero jamás desaparecer. El domingo Fernando Alonso llegó en tercer lugar a la meta de Sakhir y confirmó lo que parecía un secreto a voces: este año puede que, este año a lo mejor sí, este año quizá. Pero además de certificar que tiene un coche con el que desarrollar su talento y optar a las victorias, el domingo Fernando Alonso nos hizo sentir de nuevo como los críos que se enamoraron de la Fórmula 1, que podían despertarse tarde, que miraban la tele un rato porque sí, pasando canales con el mando porque sí, que desayunaban leche con galletas o cereales o magdalenas o quizá churros sin preocuparse por manchar o limpiar, que se pensaban invencibles, cumplidores de sueños, con licencia aún para creer, que jugaban libres pero siempre, siempre, siempre hasta las 13:55h, cuando comenzaba la carrera de Fórmula 1 y Alonso se montaba en el coche.
Te recomiendo leer:
Hijos de la fábula, de Fernando Aramburu
Por qué: Patria nos dejó a todos con el corazón encogido. El libro corrió de bocas a orejas como la espuma convirtiéndolo en un best-seller con mayúsculas. Ser mainstream tiene sus ventajas, pero también sus inconvenientes: después de su gran éxito todos teníamos las expectativas demasiado altas.
Sin embargo, lo último de Fernando Aramburu es una sátira liviana y rápida de leer, lejos de la profundidad y el dolor que rezumaba en Patria y que cautivó a toda España. Es inevitable comparar cuando empieza la trama y descubres a sus dos personajes principales, Asier y Joseba, pobres diablos cuyo sueño es liberar Euskal Herria de lo que para ellos es el yugo español. Al principio tratan de entrar en ETA y para ello están en el sur de Francia, esperando su formación. Sin embargo, la banda terrorista anuncia el cese de la actividad armada. Y se quedan colgados.
Entre lo absurdo y lo grotesco, la trama avanza hasta que deciden formar su propio comando al margen de ETA pero con los mismos objetivos, una refundación al cargo de dos tipos con pocas luces más cerca del Gordo y el Flaco, de Cruz y Raya o de Martes y 13 que de Txeroki y Kantauri.
La decepción es inevitable y la comparación también. Entre Patria e Hijos de la fábula hay demasiado trecho. Una diferencia grande y creo que establecida a propósito por Aramburu: cualquier novela seria y profunda habría sufrido la derrota con respecto a la alabada antecesora, así que mejor salir al campo con los suplentes para no desgastar al equipo.
No obstante, cuando ya estaba acabando Hijos de la Fábula entendí uno de los objetivos de Fernando Aramburu y comprendí parte de su motivación. Quizá lo principal. Fue escuchando Agur, ETA (te hablo de este pódcast más adelante). En el último capítulo, la esposa de una víctima de la banda terrorista reconocía, entre lágrimas y sollozos, que aún no había podido ver películas ni series, ni leer novelas relacionadas con ETA. Mencionó a Maixabel y a Patria y su incapacidad para ponerse ante ellas sin hacer aflorar el trauma. Vislumbré entonces, quizá, que lo que Aramburu buscaba no era competir con Patria sino suavizar el terror mediante el humor y la sátira para permitir a quienes más lo sufrieron, las víctimas del terrorismo principalmente, acercarse a viejos demonios para confrontarlos y favorecer la cicatrización de heridas que, a pesar del tiempo, todavía permanecen abiertas.
Te recomiendo ver:
Almas en pena de Inisherin
Está nominada a los Oscar 2023 como mejor película. Y con razón. Martin McDonagh vuelve con una historia sobre dos amigos a los que presuponemos inseparables que, de un día para otro, dejan de serlo. Uno de ellos ya no le cae bien al otro. A partir de ahí asistimos a una escalada de violencia emocional que luego es intelectual y después física, en un in crescendo operístico mientras a unos pocos kilómetros Irlanda se desangra en medio de su guerra civil. La metáfora es evidente.
McDonagh reflexiona en la película sobre el papel del arte como impulso vital y el fracaso creativo. En última instancia, también sobre la depresión masculina o la desesperanza, como la llama el sacerdote con el que uno de los amigos se confiesa.
Es una película eminentemente masculina que expone además ciertos comportamientos tóxicos asociados tradicionalmente a los hombres como la imposición del ego y el ojo por ojo frente a la superación emocional de conflictos.
En medio de todo esto, una mujer, la hermana del personaje interpretado por Colin Farrell, nos presta su punto de vista del sinsentido que ocurre en la aldea hasta que decide marcharse. Es entonces cuando la historia toma un cariz más oscuro y cruel, como si ahora que se han quedado solos, ahora que no hay un prisma femenino, el problema de dos amigos que ya no se caen bien rechazara cualquier infantilismo y se convirtiera en motivo crucial para cometer actos terribles, aunque en realidad los protagonicen hombres inmaduros.
No está disponible aún en ninguna plataforma, así que ¡ve al cine!
Te recomiendo escuchar:
Agur, ETA (pódcast)
Soy de recuerdo caprichoso y suelo olvidar lo que no me gusta, así que no puedo asegurar al 100% que todo lo que haya visto y oído de Jon Sistiaga me haya entusiasmado. Dejémoslo al 99%.
Y en esta cifra casi absoluta enmarcaremos Agur, ETA, un pódcast de la Cadena SER en el que el periodista vasco conduce un reportaje de mirada larga sobre el final de la banda terrorista diez años después del anuncio oficial del cese de la lucha armada.
En sus tres episodios se entremezclan los testimonios de periodistas, políticos, víctimas, amenazados y ciudadanos con los sonidos que marcaron la última etapa de ETA.
Emociona.
Puedes escucharlo aquí:
Una canción que no puedo parar de escuchar:
A lo oscuro, de Arde Bogotá
Una cosa más:
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