Cărtărescu, el artefacto mismo de una clase de infinito
Los tacos por delante #46. Miércoles 26 de febrero de 2025.
Me siento en la necesidad de hablarte de Nostalgia, un libro de Mircea Cărtărescu, autor bajo cuyo seno nos mecemos los afanosos del culturetismo esnob.
Rumano, nacido en Bucarest en el año 56 del siglo XX, es uno de los eternos candidatos al Nobel de literatura, algo que le confiere un aura especial: en su lucha por el gran premio le acompañamos unos pocos; cuando lo consiga ya será lo suficientemente mainstream como para ser abandonado al despiece de la gran masa. Ya no será nuestro, sino de todos, o lo que es lo mismo, carente de valor.
Como pasará Murakami antes o después.
Precisamente con el autor japonés guarda similitudes. No sólo en su carrera por el Nobel. El otro día dije por ahí que Cărtărescu era un Murakami rumano, o que Murakami era un Cărtărescu nipón, pero no quiero volver a a ello porque tras esta segunda escritura, la frase ya está manida, es absurda, simplista. Digamos por tanto que ambos tienen reminiscencias del otro: su literatura es onírica, plagada de sueños e imágenes imposibles entrelazadas con una realidad marcial y gris como un edificio nacido para el Soviet. Leyendo al rumano, a veces encuentras al japonés. O a veces a Borges. O a veces a Kafka. Y viceversa, en todos los casos.
Nostalgia es un libro de relatos virtuosos que Impedimenta publicó como fue concebido en la Rumanía de 1993. Comienza con una de sus obras maestras, a modo de prólogo: El ruletista.
En este cuento, el protagonista juega con la muerte mientras el narrador y la historia bailan, giran, se retuercen. Leí hace poco a uno de los enemigos de Cărtărescu decir que en sus historias siempre aparecían los mismos personajes y que uno de ellos siempre era el propio Cărtărescu. Me hizo gracia. Esta simpleza tiene algo de real, al menos en Nostalgia: la figura del narrador está presente como parte de la propia historia, dándole vitalidad e impulsándola como un niño lanzando un globo hacia arriba para que no caiga al suelo.
Tras El ruletista comienza el conjunto propio titulado Nostalgia, compuesto por tres relatos: Mendébil, Los gemelos y REM. Y todo termina tras el epílogo El arquitecto:
Nostalgia arranca con Mendébil, cuento que presenta a un niño misterioso de altas y heroicas capacidades que pierde su magia a medida que la adolescencia le atrapa.
En Los gemelos, un hombre reflexiona frente al espejo mientras se viste de mujer, confundiendo identidades en un claro recuerdo de la infancia del propio autor, en la que durante una época fue vestido con ropa de niña.
En el tercero, de título REM, Cărtărescu desata toda su habilidad para presentar un cuento plagado de círculos en el que un narrador narra a un narrador que narra a un narrador para encontrar el narrador primigenio, el mismo dios de la literatura, o Dios con mayúsculas, en una Bucarest periférica y previa al advenimiento de lo inmobiliario como pilar capitalista de la expansión de las urbes. Aquí finaliza Nostalgia.
El epílogo lo ocupa El arquitecto, una golosina musical que va de lo ordinario a lo extraordinario en un avanzar loco y perturbado.
Hay en todos los relatos sonidos paralelos, hilos entretejidos, temas que se repiten, niños soñando, células multiplicándose como levadura, masas deformes creciendo; que habrían de transformar cinco cuentos en una sola unidad completa. ¿Es Nostalgia una novela, por tanto? Aunque en lo narrativo no lo sea, es innegable que en lo meramente procedimental funciona como una. Incluso reconozco que a nivel subconsciente no siempre percibí los finales como tal. Ahora está de moda el jugueteo metaliterario, es decir, tejer novelas mediante otras más pequeñas, como ocurre en Fortuna de Hernán Díaz (Pulitzer) o Los escorpiones de Sara Barquinero, pero mi nuevo rumano favorito desde Gica Craioveanu ya lo hacía en 1993.
La mayor parte de Nostalgia la leí en noches de descanso después de visitar el hospital. Creo que parte de Mendébil y de Los gemelos, de hecho, los leí en Urgencias una tarde de domingo en la que descubrí lo muchísimo que odio a la gente que habla al aire para que los demás la oigamos. Fue una compañía cálida y suave, tanto para el alma como para las manos. Alabemos mientras podamos a la gente de Impedimenta, que sigue haciendo libros profundos, llenos y saciantes sin recurrir a tapas megalómanas o a al intercambio banal de dinero por papel al peso. Gracias, joder.
En fin. No debería recurrir a la memoria para concluir este texto porque si algo aprende uno leyendo a Cărtărescu es que los recuerdos son una trampa y que lo que creemos fotografías no son más que imágenes cinceladas. A pesar de que cierta memoria siga perturbándonos de adultos, buena parte es tan sólo constructo. Cărtărescu lo sabe y así lo narra entre niños poderosos y absurdos que son las misma esencia de la literatura como única disciplina aceptable para lograr la trascendencia, la victoria sobre el invencible paso del tiempo. No obstante, recuerdo o creo recordar una sensación de perdurabilidad mientras leía Nostalgia, de mecimiento en la tela de lo inmortal, de tener entre las manos el artefacto mismo de una clase de infinito, literatura capaz de elevarnos sobre este polvo y estas nubes para hacernos formar parte de un todo que es silencio y es paz y es para siempre.
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Leí Nostalgia gracias a la recomendación de Leed, malditos en Bluesky. Tiene un pódcast: