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Un desgraciado que saque la basura
Lo supieron en Roma muchas veces pero lo vieron con especial claridad cuando Julio César cruzó el Rubicón de vuelta. Lo intuyeron en Francia cuando contemplaron a Napoleón ponerse al frente por segunda vez. Lo comprendieron en Alemania en algún momento de la década de los años 40 del siglo XX, quizá cuando Hitler se pegó un tiro antes que ser capturado y perder su condición suprema. El ansia de poder ha movido el mundo desde el genocidio neandertal.
Ha terminado Succession y ahora somos huérfanos del olor a producto de limpieza de oficina, a moqueta y a tintorería que nos acunaba cada semana. Podemos reverla hasta morir pero jamás será lo mismo. Ha terminado Succession y Tom Wambsgans es el nuevo CEO de Waystar Royco, el gran triunfador en una serie llena de perdedores. El capital no siempre da la victoria.
Ganó el pelota y perdieron los hermanos. También Connor, al que su arco argumentario le llevó a optar a una embajada en un pequeño país europeo y al que Shiv destroza en dos frases. No hace falta más para derribar a este pobre diablo y devolverle al ostracismo. Pero sobre todo perdieron los otros tres, quienes lo apostaron todo por heredar el cetro de Logan.
Roman, desinflado desde el entierro de su padre y convencido de que no tiene el carácter necesario para dirigir el imperio al no ser capaz de enmascarar sus debilidades, derrotado, se aparta por fin para dar lugar a la gran batalla final entre Kendall y Shiv. Aunque casi nos convence de que deseaba el poder al igual que sus hermanos, es el primero en darse cuenta de que no son “gente seria”. Descubrimos en sus últimos planos una media sonrisa de alivio mientras toma una copa, después de firmar la venta a Matsson, donde parece soltar por fin la presión a la que le habían sometido las insinuaciones de su padre sobre su conveniencia para un trono que no quería y que seguramente despreciaba después de que perteneciera a Logan, alguien que, como descubrimos en varios momentos de la serie, le pegaba y subyugaba. Las consecuencias de este abuso están muy presentes durante la serie y también en la ‘finale’, sobre todo en la escena en la que volvemos a ver a un Roman dominado por sus miedos al encontrarse en la oficina con Gerri. En ella vuelve a derrumbarse, seguramente por la culpa de no ser capaz de controlar sus emociones, y en un largo e incómodo abrazo con su hermano, aprieta la herida de la ceja contra el hombro, quizá en un intento de provocarse el dolor físico que cree que merece o que le sirve para distraer al que realmente le daña.
Shiv es la única que no lo pierde todo. Aunque todos convenimos en que forma parte de la derrota y que quizá la suya es una de las caídas más grandes porque siempre cabalgó cerca del sol, al final se traga el orgullo y se mete en el coche con Tom, con el CEO Tom, eso sí, y en un plano que ya es historia de la ficción audiovisual, sitúa la mano muerta sobre la de Tom, una mano fría y estratégica que lo narra todo. Shiv ha perdido, se ha convertido en un florero, en la mujer de su marido, igual que lo fue su madre, justo lo que no quería. Sin embargo, quizá comprende que en ese mundo, en su mundo, ser un tipo medianamente capaz de comerse la mierda y sonreír al jefe mientras tanto, es mejor que ser una mujer brillante con opiniones e ideas propias. Ella misma comienza a cavar su tumba cuando le cuenta a Matsson que “Tom chupará la polla más grande”, precisamente mientras este se debate de forma interna entre apartar a Shiv o seguir trabajando con ella después del famoso reportaje en el que aparece dibujado como una marioneta de la hermana Roy. Luego, con casi todo perdido y tras el encuentro fraternal en Barbados, se da cuenta de que es la única que puede quedarse con un pie en la empresa si sacrifica su propio ego. Así, tras repudiar la imagen de Kendall en la butaca del despacho de su padre, tras no gustarle lo que ve, cambia su voto en la junta.
Esto provoca un efecto inmediato: Kendall Roy pierde su corona. Atrapado por la promesa que le hizo su padre con siete años, se considera el sucesor por derecho. Su ‘yo’ ha sido formado sólo para esto y por esto ha sacrificado a familia y a amigos, algo que no reconoce pero sabe. Pero además de eso, cuenta con argumentos sólidos para situarse al frente: la experiencia, la imagen, ciertas buenas apariciones en las últimas semanas, un plan con sentido. Sin embargo, no es suficiente para doblegar la sensatez de su hermana, cuyo pensamiento es ‘o Shiv o nadie’. Y será nadie. Sin motivos para vivir, sin el trono y sin el cetro, Kendall se desarma y agrede a sus hermanos de una forma patética y desesperada. La obsesión por el poder entronca directamente con el cargo de conciencia que le consume por la muerte del camarero, una culpa de ojos abiertos que le mira cada segundo de su vida y que le impide producir nada bueno. Tampoco heredar la empresa para la que había sacrificado toda su vida. La escena final de Kendall es él otra vez frente al mar, otra vez muerto en vida.
Así las cosas, Matsson compra la empresa y decide apostar por un CEO estadounidense. No será Shiv, sino Tom, la figura más resiliente y menos librepensadora, de las pocas, al parecer, capaz de alinearse en un sentido y en el otro sin ningún tipo de tapujo, de seguir órdenes disparatadas sin rechistar siempre y cuando su cuota de poder no se vea reducida. Tom Wambsgans es un pelota desesperado por sentirse importante, un desgraciado al que su entorno casi repudia por ser, quizá, el más honesto: desea estar arriba y para ello le chupará el culo a quien haga falta, donde haga falta y cuando haga falta. Mientras los demás se comportan como serpientes y tratan de ascender en la escala de forma subrepticia, Tom pone la mano y una sonrisa. Esa suerte de interesada integridad está siempre presente y se hace muy visible cuando perdona a Greg: un gesto que nos chirría porque no encaja con el argumentario de la serie. El perdón cristiano no tenía lugar en Succession hasta entonces. Mucho antes, durante el entierro de Logan, todos nos extrañamos con su decisión de quedarse trabajando y de no asistir a la iglesia. Todos, incluso Matsson, que deja entrever una cara de asombro cuando se entera. Tom es un pelota pero se queda haciendo el trabajo sucio cuando hay que quedarse haciendo el trabajo sucio. Para llegar al poder infinito hay que tener mucho dinero y un deseo indestructible, pero para llegar al poder intermedio tan sólo hace falta ser un desgraciado que se quede para sacar la basura.
Y con eso, a veces, basta.
Succession: Season 4 (HBO Original Series Soundtack)
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Fotuna, de Hernán Díaz
No es la primera vez que lo recomiendo. Acaba de ganar el Pulitzer de Ficción y no es por casualidad. En esta novela también tenemos intrigas familiares en torno al poder y el dinero. Cuatro novelas en una que acaban relacionándose y tomando forma al final, como un puzle desconocido cuya imagen sólo comprendes al colocar la última pieza.
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“El dinero es una ficción; bienes de consumo en forma de pura fantasía. Y eso es doblemente cierto en el caso del capital financiero. Las acciones, los valores, los bonos. ¿Crees que alguna de las cosas que compran y venden esos bandidos del otro lado del río representan algún valor real y concreto? No, para nada. Las acciones, los valores bursátiles y toda esa porquería no son más que promesas de un valor futuro. Así pues, si el dinero es una ficción, el capital financiero es la ficción de una ficción. Con eso comercian todos esos criminales: con ficciones”. Fortuna, Hernán Díaz.
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